Cuando escuché el título del libro no me pareció muy prometedor. Sangre a borbotones. Pensé que sería otro título más que pasaría a engrosar la ya extensa lista negra de libros que te obligan a leer en el instituto.
Debo decir que fue una primera impresión errónea, me equivoqué.
La novela me enganchó desde el principio, me absorbió; llegué a meterme tanto en el libro que podía imaginarme con total nitidez en esas calles inundadas de Madrid.
Pero lo que más me llamó la atención de este libro fue Carlos Clot, o para ser más exactos, su forma de ver las cosas, de apreciar cuanto le rodea. Es un personaje peculiar, un detective privado que se involucra demasiado en sus casos, que se preocupa verdaderamente por ellos. Un personaje al que no le faltan calificativos comenzados por “I” para justificar su apego por su Lonch Lomond, y que ha sabido jugar las cartas que le han tocado.
Y no solo es Clot, sino que todos y cada uno de los personajes me han hecho sentir más cercana al libro. No sé si será por esa forma de hablar, o porque realmente llegas a entender las distintas formas de ser y de actuar en cada uno de ellos, o simplemente, porque son distintos a cualquier cosa que hubiera leído antes.
Vosotros habéis leído este libro tan bien como yo, así que entenderéis a qué me refiero: no digo más.
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